
El 22 de enero de 2006, la cámara no pudo controlarse, se dispararon luces como gritos bajo un mismo techo, las paredes se ensancharon para recibirnos, a todos, a los más lejanos y a los locales, a los curiosos y a los universales.
Los zapatos se movilizaban entre botas de minero, abarcas, y hasta sandalias del oriente. Los ojos penetraban desde cada ventana, desde cada pasillo, o subidos a los hombros desde cada padre...
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